lunes, 1 de septiembre de 2014

sos todo lo que no sos / pero principalmente lo que creés que no sos

prehistoria personal de la sexualidad


1. estábamos en una casa enorme y fría, de paredes de ladrillo, en la costa de buenos aires, no lejos del mar. yo dormía en un cuartito pequeño en el primer piso, hasta donde se subía por una escalera empinada y angosta. al lado mío dormía mi hermano. esos días convivimos con una amiga de mi madre y su hijo. todos juntos. él durmió arriba con nosotros. una tarde, mi madre, su amiga y mi hermano, después del almuerzo, se fueron a la playa. nosotros nos quedamos. no sé por qué. sí me acuerdo de sábanas frías de frío costero y algo del olor a sal. y de su cuerpo caliente, girando, torpe y sin querer, por encima del mío, jugando con mis brazos, aplastándolos un poco. sus manos sintiendo mi pecho, como con inocencia, y sus labios, secos, en toda mi cara.
no sé si me sentía cómoda, no sé si me sentía incómoda, si me quise ir o ver qué pasaba. tendría nueve o diez años. él, quince, supongo. tal vez por eso ahora no me saluda. a mí no me importa, aunque me lo pregunto.

2. crecí sintiendo que tenía algún tipo de particularidad sexual digna de esconderse, como si fuera la única que se conocía a sí misma o que sentía inquietud y deseo. tal vez porque no se hablaba. porque no se habla.
en cuarto o quinto grado me veía mucho con dos amigos, W y J.
estábamos los tres en la habitación, esperando a que mis padres se acostaran y pensando con qué tapar la puerta para jugar a la botellita en paz. pensamos que un oso enorme de guata podía funcionar.
nos dispusimos en el suelo, en la alfombra, en triángulo, enfrentados. nos gustaba trasnochar. pusimos una boligoma en el centro de la alfombra y la hicimos girar. se trababa, se iba para cualquier lado, pero con un poco de ganas el juego funcionaba. nos acercamos entre nosotros porque las primeras vueltas la boligoma se detuvo apuntando hacia lugares vacíos. me sentía un poco nerviosa, un poco avergonzada, un poco emocionada, y un poco caliente. J siempre me ponía un poco nerviosa porque teníamos historias. sentía que era como mi oportunidad para crecer con alguien, conocer todo lo que me intrigaba. mi único amigo varón. gracioso: con W sentía que era todo más natural.
yo tenía unos almohadones alargados, cilíndricos. todavía los tengo. después de unas rondas de piquitos, decidimos pasar a algo más emocionante. W se acostó en mi cama y entre nosotras pusimos uno de los almohadones. nos frotamos, nos dimos unos besos. creo que a J le dijimos que no mirara. las categorías del juego eran beso, beso con lengua, chupón, transe, y chupón con manoseo. creo que si no acabé, estuve cerca.
después agregamos la categoría meterse en el armario. puedo sentir el gusto de la saliva de J y la sensación de pervertir por completo la cercanía familiar que nos unía. la oscuridad del armario, la línea de luz que dejábamos entrar porque nos daba miedo. mi propuesta: querés... ¿querés probar?
y su respuesta: ¿probar qué? ¿en serio lo decís?
y una charla algún tiempo más adelante: che, esa vez, ¿lo decías en serio o era en joda?
ay boludo… obvio que en joda.

3. algún día no lejos de aquellos, sexto grado o algo así, con C acostada en un colchón al lado de mi cama, antes de dormirnos. mi amiga más linda y más desquiciada. estaba semidormida cuando escuché:
- vos te pajeás?
- qué sé yo... a veces. poco, alguna vez. más o menos. por afuera. ¿por? ¿vos?
- sí, a veces. ¿y en qué pensás? D me contó una vez que él lo hace un montón y que piensa en minas que ve en la calle, o se imagina cosas, o mira en la tele.
- sí, yo también, supongo, no sé, lo mismo. ¿y vos?
- sí... alguna vez con los sims.
- qué bueno que nos contemos esto. nunca lo había charlado
- sí, es que nadie lo habla.

4. hace mucho más tiempo atrás, con M, mi mejor amigo de sala de tres, o sala "los cocodrilos". vivía a cuatro cuadras de mi casa. su pelo era naranja zanahoria y se peleaba todo el tiempo con los maestros. me gustaba.
el aire en mi casa como tantas tardes de fines de año era tibio y tranquilo, mis hermanos estaban en la escuela y mis padres, trabajando. E. limpiaba la cocina. era nuestro momento. estábamos mirando toy story, con las cortinas corridas y a oscuras, pero nos aburrimos. nos metimos en el baño, blanco de la luz, como adentro de una nube. "mostrame el pito", creo que ordené, sin mucho preámbulo. era una cuestíón de curiosidad científica, impostergable. no sabía cómo era y había que conocer el mundo, mientras antes y más, mejor. sentía la adrenalina latiéndome en el pecho.
sólo si vos me mostrás, recibí por respuesta, un contraataque que no me esperaba y que me gustó tanto como me asustó. pero la curiosidad mató al pudor: bueno, una fugaz bajada de su pantalón y antes de que lo pueda volver a subir me apuré: ¿puedo tocar?
claro: sólo si yo puedo, contestó.
negarme era dejarme ganar, pero el miedo de que alguien nos encuentre en esa situación y el vértigo ante el nuevo mundo que se abría ante mí fue demasiado. abajo y arriba mis pantalones en un movimiento casi imperceptible.
-hiciste trampa.
-vamos.

5. nunca me divirtió demasiado jugar con muñecas.
sentía que me faltaba algo de feedback, me agotaba un poco inventarle todo a todos y jugar sola.
pero en lo de B tenían muchas y muy lindas, y sobre todo tantos accesorios que no hacía falta inventar nada.
cuando iba a su casa sí jugábamos.
a eso y a maquillar barbies en un juego de la computadora.
una vez representamos una historia de infidelidades. una de las muñecas y el novio de la otra estaban apretando sobre un sillón, los movíamos y los hacíamos besarse.
después de un rato de jugar y repetir algunas veces la escena, escupí, pensando que no iba a encontrar respuestas:
- ¿no sentís como algo raro cuando se besan? ...¿como un escalofrío?
- sí, como una electricidad en la concha.
todavía somos muy amigas.


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corazón de tijeras

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