La semana pasada
volví a tomar el 80 para ir a pegar a Liniers. El laburo a veces se pone un
poco peligroso pero qué sé yo, es laburo. No me quejo, o trato. Además, ya sé,
con la pinta que tengo es difícil que me agarren. Corro con esa ventaja. Así
que por ahora es lo que hay y mi porro lo tengo gratis, me invito todas las
birras que quiero y de vez en cuando algún gusto. El tema es la familia, los
círculos íntimos. Porque si no me juzgaran estaría todo bien, qué sé yo. Pero
ahí se pone más jodido, mi vieja desconfía, pregunta todo el tiempo, se pone
mal. Trato de que me dé igual pero no es tan fácil. Soy culposa. Mi vieja me
puso Dolores y me dice que soy un dolor de huevos. Una divina. Por suerte, en
el laburo soy Marta la cumbianchera. No sé bien por qué pero quedó así.
Me tomé el 80 porque jugaba estudiantes y a la cancha no se
va con las manos vacías. Ni siquiera soy del barrio, yo nací de Boca por mi
viejo pero un pibe con el que salía de pendeja me hizo de Estudiantes. Me quedó
eso, que no es poco.
Mientras viajaba en el bondi escuché a dos pibas que
hablaban y se decían que soñaban con la paz mundial. Cuando terminó el partido
y volví a mi casa, a mi cama y me dormí, soñé que me premiaban por no sé qué
cosa y yo decía que quería la paz mundial, mientras entraban en el salón diez o
cien canas de la Federal pateando para todos lados y me llevaban arrastrada,
mientras yo trataba de gritar que era buena y que no hacía nada ilegal, y que
con policía nunca iba a haber paz.
Me bajé del 80 para juntarme con el Tapa, que es mi socio.
Lo esperaba en la esquina de un bar que nos gusta. Teníamos una movida grande.
Lo esperaba y no llegaba, nada, ni una señal. En general si tiene
inconvenientes manda a alguien a avisar o algo así. Vive cerca, no sé dónde ni
con quién pero cerca.
Mientras esperaba se me acercó una pibita, sucia de los pies
a la cabeza, medio perdida medio volada, como queriendo pedirme algo, pero le
costaba hablar. Eh, algo para comer,
soltó cuando pudo. Yo empecé a temblar un poco, de la angustia que me agarró o
no sé de qué. Nunca pude llorar, no lloro. Le hice un gesto de que me espere y
me fui hasta un almacén que había por ahí nomás, pedí dos sánguches y cuando
volví la piba no estaba. Di una vuelta a la manzana; nada. Así que volví a mi
esquina y al rato llegó el Tapa. No le dije nada y nos comimos un sánguche cada
uno; él en dos bocados, mientras caminábamos. Ahí estaba, en la siguiente
esquina. Sentada con otra piba más grande, girándose un freeway que olía fuerte
a goma quemada. La miré. Ella no miraba a ninguna parte. No miraba nada.
Terminé mi sánguche viendo cómo el Tapa las saludaba apenas con un gesto de la
mano que sostenía el suyo.
No dije nada, qué iba a decir, pero sentía que tenía que
irme a la mierda, a cualquier otro lado. Cuando caminamos dos cuadras más,
antes de doblar la siquiente esquina, me di vuelta y corrí. No sé si el Tapa se
mosqueó siquiera hasta un poco después, o si me siguió, o si no le importó o
qué onda, pero cuando pensé en eso ya me había alejado varias cuadras y no
podía parar de correr. Después de un rato estaba en mi casa no sé bien cómo,
cansada, agotada, pero antes de tirarme en mi sillón o en el piso agarré algunas
de mis cosas y me fui, seguí de largo, y cuando paré estaba sobre el piso de
Retiro, mirando la boletería. Tenía 25 pesos en la billetera que era lo que
salía el boleto a Rosario en ese momento, eso es más o menos lo último que me
acuerdo.
Los patys no son un mal negocio. El olor a parri es un asco
tenerlo todo el día encima, pero son baratos y no le hacen mal a nadie.
Un mes o dos después de eso leí en un cyber un mail de mi
vieja (el primero, el único), diciendo que había ido el Tapa a buscarme. Cómo
carajo supo de ella, de mi casa o de mi nombre de verdad no tengo idea, no
quiero saber, creo que los demás siempre saben de nosotros algo más de lo que creemos.
Que se quiso hacer el gil pero que a ella no se le escapó y le cerró todo en
dos minutos, decía el mail. Que lo vio furioso pero preocupado y que parecía
sincero, que preguntó mil veces y a los gritos dónde estaba.
Puteé en voz alta y los del cyber se rieron desde atrás y
los costados.
También decía que esperaba que esté bien pero se alegraba de
que esté lejos.
Pateé con fuerza la computadora y todos hicieron silencio.
Escribí “Bueno. Besos” que no sé si se mandó porque la computadora se trabó y
se quedó negra. El forro del cyber me lo quiso cobrar pero los demás salieron a
defenderme, deben haberme visto muy nerviosa. Los rosarinos son divinos.
Pasaron unas semanas en las que cada tanto sonaba el
teléfono en la pensión, un tipo preguntaba por mí, yo decía que no me lo
pasaran y cortaban. Nunca quiso dar el nombre.
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